El rico y el pobre. En este día, 29 de septiembre de 2016, celebramos el Domingo 26 del Tiempo Ordinario, Ciclo C, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (16, 19-31), el cual presenta la parábola del rico y el pobre que Jesús dirige a los fariseos. La primera parte del texto presenta el contraste entre un rico anónimo y el pobre Lázaro que aparece más personalizado. El rico vive en el lujo y en la abundancia, viste con elegancia, come con esplendidez y no tiene necesidad de Dios, mientras que el pobre Lázaro pasa hambre, sufre toda clase de males físicos y su única esperanza consiste en confiar en Dios. La actitud del rico es de absoluta indiferencia ante la situación lastimosa del pobre. Sin embargo, después de la muerte de ambos sus respectivas situaciones quedan invertidas. El rico es sepultado y enviado al reino de los muertos, mientras que el pobre Lázaro es conducido por los ángeles al seno de Abraham. Dios puede cambiar totalmente la suerte de los ricos y de los pobres tanto en esta vida como en la futura. Se trata, por tanto, de una clara advertencia contra el peligro de las riquezas y la gravedad de despreocuparse de los necesitados, mientras se goza con egoísmo de los bienes de esta tierra. La segunda parte del texto, indica que quien tiene el corazón en las riquezas es incapaz de compadecerse de los pobres y de descubrir la voluntad de Dios. Para conocer a Dios no hay que esperar milagros ni manifestaciones espectaculares de su presencia. Basta con tener los oídos abiertos y la inteligencia disponible para escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
La riqueza y la pobreza. La riqueza se entiende como la abundancia de dinero tanto en efectivo como en documentos bancarios o comerciales. También la aplicamos a la posesión de muchos bienes materiales, muebles e inmuebles. En el Antiguo Testamento, no se condena la riqueza, sino que se le considera una bendición de Dios, ya que Él es el rico por excelencia y quien concede la riqueza a los seres humanos. Sin embargo, la riqueza puede convertirse en un peligro porque es capaz de propiciar la soberbia, la prepotencia y el egoísmo. El ser humano no debe buscar exclusivamente su propio bienestar, sino estar abierto a las necesidades de los pobres, ser justo y compartir sus bienes. Los ricos son también llamados al Reino de Dios y algunos han entrado en él cuando han actuado con justicia y generosidad como Zaqueo, o como San Antonio Abad, quien renunció totalmente a sus bienes repartiéndolos entre los pobres. La pobreza consiste en la falta de lo necesario para poder vivir dignamente. En sentido económico, los pobres forman parte de la situación ordinaria de este mundo. Así, en México se habla de la presencia de más de cincuenta millones de pobres. En sentido religioso, los pobres son quienes buscan con mayor facilidad el auxilio de Dios y se convierten en sus preferidos. Jesucristo, el Hijo de Dios, les anuncia la Buena Noticia y los llama Bienaventurados. La pobreza, explícitamente buscada ante el seguimiento de Cristo, se identifica con la humildad al poner toda su confianza en la providencia de Dios sin endiosar jamás el dinero y la riqueza.
El sufrimiento ajeno. En la sociedad actual ha crecido la indiferencia, la apatía y la falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Caemos cotidianamente en el mismo pecado del rico de la parábola. Con frecuencia evitamos el contacto directo con los que sufren, con los enfermos, con los migrantes, con los niños de la calle, con los pordioseros y limosneros profesionales o emergentes, con los alcohólicos y drogadictos, con los que no tienen empleo, con los que piden préstamos o recomendaciones, con los que viven en casas de asistencia social o en las periferias. Quienes tenemos casa, vestido, sustento y empleo, debemos escuchar la pregunta planteada incesantemente por los pobres. En ellos debemos descubrir el rostro de Jesucristo, quien se hizo pobre y se presenta como manso y humilde de corazón. El día de ayer, se realizó la Colecta Diocesana de Cáritas. Esta institución es el brazo organizado de nuestra Arquidiócesis de Xalapa, en la dimensión social, y ofrece una multitud de servicios en favor de los más necesitados. Ojalá que todos hayamos compartido nuestros bienes.
+Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa