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La escasez de datos biográficos fiables de William Shakespeare (1564-1616) alimentó desde el siglo XIX toda suerte de especulaciones y hasta leyendas en torno al genial dramaturgo de Stratford-upon-Avon: se ha hablado de su supuesta bisexualidad, se ha discutido la verdadera autoría de sus obras –atribuidas sucesivamente a Francis Bacon, Christopher Marlowe, el conde de Oxford Edward de Vere o un grupo de escritores– y hasta su misma identidad o existencia (planteando la posibilidad de que detrás de su nombre hubiera una mujer). Sin embargo, aunque se sabe poco sobre el bardo inglés, algo se sabe, por documentos de la época y posteriores. Por ejemplo, que se casó en 1582 con Anne Hathaway, ocho años mayor que él, y que tuvo con ella tres hijos: Susanna (1583-1649) y los mellizos Judith y Hamnet, nacidos en 1585. Ella fue muy longeva –vivió 77 años–, pero el único varón, en cambio, falleció con sólo 11 años, el 11 de agosto de 1596.

La corta vida de Hamnet ha dejado pocas huellas. Él y su hermana melliza fueron bautizados el 2 de febrero de 1585; recibieron sus nombres, probablemente, de sus padrinos en el bautismo, el panadero Hamnet Sadler y su esposa Judith, vecinos y amigos de los Shakespeare. Cuando Hamnet tenía cuatro años, su padre ya era un autor popular en Londres, por lo que se cree que el niño fue criado casi en solitario por su madre, lo mismo que sus hermanas. Su muerte temprana –algo nada infrecuente en una época en la que la mortandad infantil era elevadísima: tres de cada diez niños fallecían entonces en Inglaterra antes de cumplir 10 años– se debió, casi con total seguridad, a la peste bubónica, que causaba estragos en las postrimerías del siglo XVI. Hasta ahí los datos. A partir de ahí empiezan las especulaciones y teorías sobre la posible influencia del triste deceso del hijo en la obra literaria de su famoso padre. Empezando, claro, por el nombre de Hamnet.

Desde luego, Shakespeare –al contrario que su contemporáneo Ben Jonson, que compuso un largo poema sobre la muerte de su propio hijo– no dejó nada por escrito que evidencie a las claras dicha influencia, pero el hecho de que en su testamento llame a su amigo Sadler «Hamlet» en vez de Hamnet dio pie a la primera teoría: la de que Hamlet (1599-1601) homenajea al vástago perdido. Esta coincidencia es más bien casual, puesto que la trágica peripecia del príncipe de Dinamarca está adaptada de la vieja leyenda escandinava de Amleth (si bien pudiera ser que Shakespeare utilizara a propósito la historia de este personaje por las reminiscencias fonéticas respecto al nombre de pila de su hijo). Otros estudiosos defienden que, de forma más general, hasta la muerte de Hamnet las obras del de Stratford eran comedias, mientras que las que compuso después –la ya mencionada Hamlet y Noche de Reyes, Julio César, El mercader de Venecia, Rey Juan, Romeo y Julieta, La tempestad, El rey Lear…– son sus grandes tragedias y en ellas hay padres que pierden a sus hijos.