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La Jornada / Hermann Bellinghausen

Mientras numerosos migrantes de La Montaña guerrerense quedan atrapados por el Covid-19 o por sus consecuencias en Estados Unidos, en su tierra de origen parece aún más larga la sombra de la pandemia, aunque también más lenta. Ya está en puerta. Desde que Nueva York se convirtió en el núcleo de la temible infección viral, y los trabajos de los indígenas mexicanos comenzaron a colapsarse, muchos de ellos decidieron retornar antes de que les resultara imposible. Todo, para enfrentar un nuevo obstáculo: sus comunidades están cerradas, incluso para ellos.

Dos familias nu’savi de un pueblo de Alcozauca fueron admitidas de manera excepcional, a condición de aislarse en sus casas durante dos semanas. Tuvieron suerte. Comienzan a multiplicarse los casos de retornados que no son admitidos en sus pueblos, tanto nahuas como me’phaa (tlapanecos) y nu’savi (mixtecos), por lo cual se han quedado en Tlapa, la ciudad mayor de la Montaña. Así, dos personas de Huamuxtitlán que regresaron de Estados Unidos ya no pudieron ingresar a su comunidad.

Las autoridades comunitarias y sus policías, bien organizadas en la región, establecieron controles desde semanas atrás. No admiten visitantes ni a quienes regresan de los campos del norte, situación que comparten millares de indígenas.

Este “encapsulamiento comunitario”, a juicio del abogado Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, “es una medida de protección drástica pero necesaria”.

Mientras en otras partes del país las comunidades han sido renuentes a la “sana distancia” y las medidas de aislamiento, como se ve en las celebraciones de cuaresma y semana santa en Chiapas, Oaxaca o Estado de México, los pueblos de la Montaña toman decisiones costosas pero prudentes. Totomixtlahuaca por ejemplo suspendió su gran fiesta, que reporta importantes ingresos. Se perdió el dinero de los músicos contratados y los gastos de organización.

Casi no hay una familia en los centenares de pueblos de los 15 municipios de la Montaña y la Costa Chica que no tenga a uno o varios miembros suyos en el norte, enviando las dichosas remesas, no sólo en dólares; los jornaleros de Baja California y Sinaloa ganan en pesos, pero también mandan dinero. O mandaban.

En meses recientes el gobierno retuvo los fertilizantes para la última siembra, y ahora se esperan las consecuencias en una cosecha previsiblemente menor. Hay quienes consideran que la falta de fertilizantes indujo “un desastre”. A esto se suma una sequía que apenas comienza, con altas temperaturas; ya se registran algunos incendios. Abel Barrera denuncia la negligencias de los presidentes municipales: “No están surtiendo con pipas de agua a los pueblos y rancherías que la necesitan”.

Según estima Tlachinollan, que lleva 26 años acompañando a los pueblos de la vasta región indígena del Guerrero profundo, hasta ahora se han registrado pocos casos de coronavirus en Tlapa. Hubo ya un primer deceso, el de un migrante oriundo de Tlapa que, tras hospitalizarse por el coronavirus, fue remitido a Chilpancingo, donde falleció. Ahora, Tlapa misma cerró su territorio.

“La ola viene retrasada”, considera Abel Barrera. “La curva (de contagios) está por llegar”.